martes, 18 de agosto de 2015

Crónica del OBA Festival... y algo más (parte I)

 He tardado unas semanas en actualizar esto pero no me he muerto. He estado viviendo un para de experiencias para después contároslas por aquí. Como lo prometido es deuda, quedaba pendiente hacer una crónica del OBA Festival, celebrado durante el Descenso Internacional del Sella en los praos de la Dehesa, (Cangas de Onís).

Como os había comentado en la primera entrada, intenté conseguir una acreditación de prensa. Después de unos 8 mails con el departamento correspondiente y un par de trámites burocráticos, me avisaron con menos de una semana de antelación que denegaban mi solicitud. El contenido de los correos no os los puedo desvelar por cláusulas de confidencialidad propias de este tipo de empresas y por no buscarme otro marrón.
Lo que sí os puedo decir es que conseguí hacerme con un abono de 35€ por la cara. ¿Que cómo lo he hecho?. Prefiero no desvelarlo, pero os puedo asegurar que con ningún método ilegal (lo prometo). Al denegar mi solicitud, tampoco me veo en la obligación de destriparos todas las actuaciones del festival, pero sí que os comentaré mis impresiones acerca de los conciertos y de la fiesta de las piraguas en general.
Llegué hasta Arriondas desde Cangas de Onís en Alsa. Al llegar a la altura del puente donde se da la salida de las piraguas, tuvimos que esperar un buen rato, pues se celebraba el desfile de banderas y asociaciones colaboradoras con el Descenso. Son cosas que ocurren en estas fiestas, así que lo mejor es relajarse y tomarse la espera con calma.
Al salir de la estación de buses, quedé con mi prima Patri y con Benja, su novio, que también es mi colega. Estuvimos tomando la primera en el Neycar, en la conocida como calle los bares. Había terrazas cubiertas, barras en la calle y un dj animando el cotarro. La calle estaba repleta de gente. Se palpaba en el ambiente que había ganas de fiesta.
                                                                (foto: lne)
Después nos dirigimos hasta la plaza del Cañón, donde había menos gente, pero más “autóctonos”. Hicimos algo de tiempo en uno de los bares de la zona y compramos unos pinchos en la cafetería Campoamor. Decidimos ir a pie hasta el prau de la Dehesa donde se celebraba el OBA Festival.
Como ya os comenté, es el mismo sitio donde se celebraba el Aquasella. Este año, han decidido cambiarlo de fecha a dos semanas después. Algunos rumores apuntaban a que el motivo de este cambio se debe a que algunos cabezas de cartel de Aquasella, como Carl Cox o Matador, actuaban ese mismo día en el Loveland Festival de Amsterdam.


La primera impresión al ir acercándonos al OBA, que está a 500 metros de Arriondas, fue la escasez de tiendas en la zona de acampada habilitada entre Jaire Aventura y los escenarios. Las comparaciones son odiosas y, pese a que OBA y Aquasella compartían artistas como los Zombie Kids o Hugo Le Loup, el público al que van destinados responde a otro perfil. Si el primero, en su edición de debut, apuesta por el pop-rock y el indie, el segundo es uno de los mayores eventos de música electrónica de la cornisa cantábrica y celebrará su 19ª edición el próximo 22 de agosto.
Pues bien, al entrar a la zona de día, pudimos comprobar que la asistencia era mucho menor que en el Aquasella. Habían puesto unas luces y una carpa con barra más típicas de una fiesta prau que de un festival de música. También pusieron unos fardos de hierba al lado de la barra a los que no les encontré mucho sentido. Quizá quien llevaba el prau se los olvidó allí.
Lo bueno de esta zona de día es que había un buen número de mesas y sillas donde sentarse y tomar algo tranquilamente. Al fondo de la carpa se podían encontrar varios puestos de comida, de los que os hablaré más adelante.
Al aproximarnos a la zona de las taquillas, nos abordaron un grupo de chicas ofreciéndonos entradas rebajadas para el festival. La existencia de reventa en la misma puerta da una idea del interés que despertó el OBA entre los selleros y selleras.
Entramos a la zona de conciertos cuando actuaba el grupo La Habitación Roja. Pudimos llegar a las primeras filas sin problema y mezclarnos con los fans más entregados. Creo recordar que llevaban tres guitarristas o uno de ellos se alternaba con el teclado. Ante el “overbooking” de seis cuerdas, sólo pude pensar que un guitarrista solvente podría suplir perfectamente a dos de ellos, puesto que hacían los mismos acordes. Me gustó la manera contundente de tocar del batería. No tanto, la voz del cantante. No soy un experto en esto del pop indie hispano, pero casi todas las voces me suelen resultar iguales y anodinas. Como queriendo imitar al Los Brincos, pero sin la calidad técnica y compositiva de estos. No os parecerá muy imparcial mi criterio, pero tampoco lo pretendo.
                                                          (foto: La Habitación Roja)
Después de un rato de concierto, nos acercamos a una de las barras a pedir unos tragos. El sistema es el mismo que el de muchos festivales. Tienes que cambiar tu dinero por tiques en unas cabinas anexas a las barras. Los precios eran bastante carillos, aunque baratos en comparación con otros eventos de similares características. La caña en vaso de plástico de 20 centilitros costaba 3 euros y el cachi de 70 centilitros, 6. Sí, amigos. Los vasos de cachi, mini, maceta o como lo llaméis no llevan un litro, sino un poco menos. Maravillas del marketing.
Durante el concierto, una azafata de Brugal nos dio unos “chirimbolos” con lucecitas de la marca de ron. Supuse que sería para alumbrar un poco el festival, en mi opinión, un poco desangelado.
Había dos tipos de cerveza para elegir: la Amstel y la Desperados. Escogimos unos cachis de la segunda opción, la cual está aderezada con tequila. Al principio la cerveza Desperados entraba bien, pero a medida que se va calentando se hace más dulzona y pesada. Aún así, es preferible a la Amstel de caña (al menos, para mi gusto).
Al terminar La Habitación Roja, nos entró hambre, así que decidimos ir a la zona de restauración, al lado de la zona de día (o carpa de fiesta prau sin orquesta). Había un puesto de Telepizza que descartamos inmediatamente. El siguiente establecimiento pertenecía a embutidos El Cuco. Vendían bocatas de chorizo, lomo, salchichón... También lo descartamos y seguimos visitando cada uno de los puestos.
Las opciones más atractivas eran los food trucks. Éstos se están poniendo de moda últimamente. Cada vez son más las fiestas en las que se reserva un espacio para este tipo de negocios. La idea es simple: convertir una caravana o furgoneta en puesto de comida. Estaba anunciado que habría un food truck de cocina orgánica, vegetariana y vegana, pero yo no lo ví por ningún lado. Igual fue despiste mío o que se les cayó de la programación a última hora.
Deshojando la margarita, nos quedaban tres food truck para decidirnos. Había un autobús inglés de dos plantas llamado “Pepita”. Quizá era lo más llamativo del espacio. Estaba especializado en hamburguesas. La cola que había nos hizo decantarnos por uno de los dos restantes, pero el sábado pudimos degustar alguno de sus productos.
Al lado del autobús, había una caravana de tacos. Pedimos tres y nos los comimos en unas mesas altas que había al lado. He de decir que, exceptuando el Pepita, todos los productos de todos los food trucks costaban 5 euros. El minúsculo tamaño del taco que me pedí (de cochinita pibil) y que me lo sirvieran casi frío, me hace no recomendarlo. Otra cosa que me incomodó es que, para disimular el raquitismo culinario, echaran por encima un puñado de nachos de bolsa de marca blanca. La cuestión es que nos quedamos con hambre, así que optamos por probar algo del food truck de al lado: La Cachopera.
Por 5 euros te daban un cucurucho de cartón con tres minicachopos y patatas paja y salsas a elegir. Como buenos fartones que somos, pedimos que nos echaran de las 4: miel y mostaza, alioli, brava y cabrales. La verdad es que la idea está bien, aunque yo pondría más cachopo y menos patatas paja. Por lo demás, lo veo una buena opción si el hambre aprieta.
Al filo de las doce de la noche, nos acercamos a ver a los indiscutibles cabezas de cartel: Vetusta Morla. Se notaba que había expectación porque el número de personas aumentó considerablemente. Los madrileños no defraudaron y desplegaron todo su repertorio casi sin parar. La gente coreaba todas y cada una de sus canciones. Se nota que tienen callo en los directos. Sonaron potentes y claros, llegando a su punto álgido en “Copenhague” con la gente vibrando y dándolo todo. Si antes le pegué un palito a las voces del indie patrio, he de reconocer que la de Pucho me sorprendió, así como la puesta en escena de la banda en general.









  Al término del concierto de Vetusta Morla, volvimos a las mesas de la zona de día. Nos quedaba algo de bebida, así que la llevamos y pasamos el control de acceso sin problema. Al regresar para ver a Citizens, cuál fue nuestra sorpresa cuando una chica de seguridad nos sale al paso y nos dice que no podemos introducir bebida del exterior. “¡Pero si la compramos en el interior!”, le contestamos. Respondió que no podía dejarnos pasar con eso así que lo bebimos y se nos puso a cachearnos como si se le fuera la vida en ello. Lo gracioso es que, mientras esto sucedía, se colaron tres tíos y un vendedor de gorros sin pulsera, con la consecuente recriminación del superior a la segurata escrupulosa. No suelo tener en cuenta estos pequeños incidentes. Lo que me parece un poco arcaico es poner estos controles y restringir el paso de bebidas de una zona a otra, cuando todas tienen el mismo precio y se venden en el mismo evento. Sería una de las cosas a mejorar, no sólo en el OBA, sino en unos cuantos festivales que se me vienen a la mente.
La actuación de Citizens no me desagradó. Llevaban un rollo bastante parecido a Vetusta Morla, con cantante solista, baterísta, percusionista, teclado, bajo y dos guitarras. Yo diría que son un poco más bailables y menos épicos. Pese a que gran parte del público no los conocía, la gente se movió y disfrutó con sus temas. El sonido, una vez más, impecable. Ninguna queja.

Pese a que quedaba todavía mucho festival, nuestra sangre sellera nos quemaba en las venas, así que volvimos hasta Arriondas. Llevo muchos años yendo al Descenso del Sella; bien de juerga, bien a ver las piraguas, bien a currar o bien a un poco de las tres cosas.
Las calles de Arriondas en piraguas son uno de mis primeros recuerdos, así que perdonad si deserté del festival para sumergirme en las multitudes del parque de la Concordia, con sus orquestas, la plaza del Cañón, con el busto de Dionisio de la Huerta y los alrededores del bar El Apeaderu, siempre a reventar y con buen ambiente.


 Mi larga experiencia como sellero, me hace admitir que hace unos años había más gente. Arriondas se colapsaba esos días. Ahora está más tranquilo, pero creo que se puede disfrutar igual o, incluso, mejor. Retiré sobre las siete de la mañana y volví a pasar por el OBA. La zona de día estaba ya cerrada. Parecía como si a todo el mundo se le hubiese tragado la tierra. Hablé con un controlador y me dijo que, quitando a Vetusta Morla, había habido poco ajetreo. Pero todavía quedaba otra jornada de festival. La crónica del sábado y algo más, en la próxima entrada. ¡Prometido!

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