He tardado unas semanas en actualizar
esto pero no me he muerto. He estado viviendo un para de experiencias
para después contároslas por aquí. Como lo prometido es deuda,
quedaba pendiente hacer una crónica del OBA Festival, celebrado
durante el Descenso Internacional del Sella en los praos de la
Dehesa, (Cangas de Onís).
Como os había comentado en la primera
entrada, intenté conseguir una acreditación de prensa. Después de
unos 8 mails con el departamento correspondiente y un par de trámites
burocráticos, me avisaron con menos de una semana de antelación que
denegaban mi solicitud. El contenido de los correos no os los puedo
desvelar por cláusulas de confidencialidad propias de este tipo de
empresas y por no buscarme otro marrón.
Lo que sí os puedo decir es que
conseguí hacerme con un abono de 35€ por la cara. ¿Que cómo lo
he hecho?. Prefiero no desvelarlo, pero os puedo asegurar que con
ningún método ilegal (lo prometo). Al denegar mi solicitud, tampoco
me veo en la obligación de destriparos todas las actuaciones del
festival, pero sí que os comentaré mis impresiones acerca de los
conciertos y de la fiesta de las piraguas en general.
Llegué hasta Arriondas desde Cangas
de Onís en Alsa. Al llegar a la altura del puente donde se da la
salida de las piraguas, tuvimos que esperar un buen rato, pues se
celebraba el desfile de banderas y asociaciones colaboradoras con el
Descenso. Son cosas que ocurren en estas fiestas, así que lo mejor
es relajarse y tomarse la espera con calma.
Al salir de la estación de buses,
quedé con mi prima Patri y con Benja, su novio, que también es mi
colega. Estuvimos tomando la primera en el Neycar, en la conocida
como calle los bares. Había terrazas cubiertas, barras en la calle y
un dj animando el cotarro. La calle estaba repleta de gente. Se
palpaba en el ambiente que había ganas de fiesta.
(foto: lne)
Después nos dirigimos hasta la plaza
del Cañón, donde había menos gente, pero más “autóctonos”.
Hicimos algo de tiempo en uno de los bares de la zona y compramos
unos pinchos en la cafetería Campoamor. Decidimos ir a pie hasta el
prau de la Dehesa donde se celebraba el OBA Festival.
Como ya os comenté, es el mismo sitio
donde se celebraba el Aquasella. Este año, han decidido cambiarlo de
fecha a dos semanas después. Algunos rumores apuntaban a que el
motivo de este cambio se debe a que algunos cabezas de cartel de
Aquasella, como Carl Cox o Matador, actuaban ese mismo día en el
Loveland Festival de Amsterdam.
La primera impresión al ir
acercándonos al OBA, que está a 500 metros de Arriondas, fue la
escasez de tiendas en la zona de acampada habilitada entre Jaire Aventura y
los escenarios. Las comparaciones son odiosas y, pese a que OBA y
Aquasella compartían artistas como los Zombie Kids o Hugo Le Loup,
el público al que van destinados responde a otro perfil. Si el
primero, en su edición de debut, apuesta por el pop-rock y el indie,
el segundo es uno de los mayores eventos de música electrónica de
la cornisa cantábrica y celebrará su 19ª edición el próximo 22
de agosto.
Pues bien, al entrar a la zona de día,
pudimos comprobar que la asistencia era mucho menor que en el
Aquasella. Habían puesto unas luces y una carpa con barra más
típicas de una fiesta prau que de un festival de música. También
pusieron unos fardos de hierba al lado de la barra a los que no les
encontré mucho sentido. Quizá quien llevaba el prau se los olvidó
allí.
Lo bueno de esta zona de día es que
había un buen número de mesas y sillas donde sentarse y tomar algo
tranquilamente. Al fondo de la carpa se podían encontrar varios
puestos de comida, de los que os hablaré más adelante.
Al aproximarnos a la zona de las
taquillas, nos abordaron un grupo de chicas ofreciéndonos entradas
rebajadas para el festival. La existencia de reventa en la misma
puerta da una idea del interés que despertó el OBA entre los
selleros y selleras.
Entramos a la zona de conciertos
cuando actuaba el grupo La Habitación Roja. Pudimos llegar a las
primeras filas sin problema y mezclarnos con los fans más
entregados. Creo recordar que llevaban tres guitarristas o uno de
ellos se alternaba con el teclado. Ante el “overbooking” de seis
cuerdas, sólo pude pensar que un guitarrista solvente podría suplir
perfectamente a dos de ellos, puesto que hacían los mismos acordes.
Me gustó la manera contundente de tocar del batería. No tanto, la
voz del cantante. No soy un experto en esto del pop indie hispano,
pero casi todas las voces me suelen resultar iguales y anodinas. Como
queriendo imitar al Los Brincos, pero sin la calidad técnica y
compositiva de estos. No os parecerá muy imparcial mi criterio, pero
tampoco lo pretendo.
(foto: La Habitación Roja)
Después de un rato de concierto, nos
acercamos a una de las barras a pedir unos tragos. El sistema es el
mismo que el de muchos festivales. Tienes que cambiar tu dinero por
tiques en unas cabinas anexas a las barras. Los precios eran bastante
carillos, aunque baratos en comparación con otros eventos de
similares características. La caña en vaso de plástico de 20
centilitros costaba 3 euros y el cachi de 70 centilitros, 6. Sí,
amigos. Los vasos de cachi, mini, maceta o como lo llaméis no llevan
un litro, sino un poco menos. Maravillas del marketing.
Durante el concierto, una azafata de
Brugal nos dio unos “chirimbolos” con lucecitas de la marca de
ron. Supuse que sería para alumbrar un poco el festival, en mi
opinión, un poco desangelado.
Había dos tipos de cerveza para
elegir: la Amstel y la Desperados. Escogimos unos cachis de la
segunda opción, la cual está aderezada con tequila. Al principio la
cerveza Desperados entraba bien, pero a medida que se va calentando
se hace más dulzona y pesada. Aún así, es preferible a la Amstel
de caña (al menos, para mi gusto).
Al terminar La Habitación Roja, nos
entró hambre, así que decidimos ir a la zona de restauración, al
lado de la zona de día (o carpa de fiesta prau sin orquesta). Había
un puesto de Telepizza que descartamos inmediatamente. El siguiente
establecimiento pertenecía a embutidos El Cuco. Vendían bocatas de
chorizo, lomo, salchichón... También lo descartamos y seguimos
visitando cada uno de los puestos.
Las opciones más atractivas eran los
food trucks. Éstos se están poniendo de moda últimamente. Cada vez
son más las fiestas en las que se reserva un espacio para este tipo
de negocios. La idea es simple: convertir una caravana o furgoneta en
puesto de comida. Estaba anunciado que habría un food truck de
cocina orgánica, vegetariana y vegana, pero yo no lo ví por ningún
lado. Igual fue despiste mío o que se les cayó de la programación
a última hora.
Deshojando la margarita, nos quedaban
tres food truck para decidirnos. Había un autobús inglés de dos
plantas llamado “Pepita”. Quizá era lo más llamativo del
espacio. Estaba especializado en hamburguesas. La cola que había nos
hizo decantarnos por uno de los dos restantes, pero el sábado
pudimos degustar alguno de sus productos.
Al lado del autobús, había una
caravana de tacos. Pedimos tres y nos los comimos en unas mesas altas
que había al lado. He de decir que, exceptuando el Pepita, todos los
productos de todos los food trucks costaban 5 euros. El minúsculo
tamaño del taco que me pedí (de cochinita pibil) y que me lo
sirvieran casi frío, me hace no recomendarlo. Otra cosa que me
incomodó es que, para disimular el raquitismo culinario, echaran por
encima un puñado de nachos de bolsa de marca blanca. La cuestión es
que nos quedamos con hambre, así que optamos por probar algo del
food truck de al lado: La Cachopera.
Por 5 euros te daban un cucurucho de
cartón con tres minicachopos y patatas paja y salsas a elegir. Como
buenos fartones que somos, pedimos que nos echaran de las 4: miel y
mostaza, alioli, brava y cabrales. La verdad es que la idea está
bien, aunque yo pondría más cachopo y menos patatas paja. Por lo
demás, lo veo una buena opción si el hambre aprieta.
Al filo de las doce de la noche, nos
acercamos a ver a los indiscutibles cabezas de cartel: Vetusta Morla.
Se notaba que había expectación porque el número de personas
aumentó considerablemente. Los madrileños no defraudaron y
desplegaron todo su repertorio casi sin parar. La gente coreaba todas
y cada una de sus canciones. Se nota que tienen callo en los
directos. Sonaron potentes y claros, llegando a su punto álgido en
“Copenhague” con la gente vibrando y dándolo todo. Si antes le
pegué un palito a las voces del indie patrio, he de reconocer que la
de Pucho me sorprendió, así como la puesta en escena de la banda en
general.
Al término del concierto de Vetusta
Morla, volvimos a las mesas de la zona de día. Nos quedaba algo de
bebida, así que la llevamos y pasamos el control de acceso sin
problema. Al regresar para ver a Citizens, cuál fue nuestra sorpresa
cuando una chica de seguridad nos sale al paso y nos dice que no
podemos introducir bebida del exterior. “¡Pero si la compramos en
el interior!”, le contestamos. Respondió que no podía dejarnos
pasar con eso así que lo bebimos y se nos puso a cachearnos como si
se le fuera la vida en ello. Lo gracioso es que, mientras esto
sucedía, se colaron tres tíos y un vendedor de gorros sin pulsera,
con la consecuente recriminación del superior a la segurata
escrupulosa. No suelo tener en cuenta estos pequeños incidentes. Lo
que me parece un poco arcaico es poner estos controles y restringir
el paso de bebidas de una zona a otra, cuando todas tienen el mismo
precio y se venden en el mismo evento. Sería una de las cosas a
mejorar, no sólo en el OBA, sino en unos cuantos festivales que se
me vienen a la mente.
La actuación de Citizens no me
desagradó. Llevaban un rollo bastante parecido a Vetusta Morla, con
cantante solista, baterísta, percusionista, teclado, bajo y dos
guitarras. Yo diría que son un poco más bailables y menos épicos.
Pese a que gran parte del público no los conocía, la gente se movió
y disfrutó con sus temas. El sonido, una vez más, impecable.
Ninguna queja.
Pese a que quedaba todavía mucho
festival, nuestra sangre sellera nos quemaba en las venas, así que
volvimos hasta Arriondas. Llevo muchos años yendo al Descenso del
Sella; bien de juerga, bien a ver las piraguas, bien a currar o bien
a un poco de las tres cosas.
Las calles de Arriondas en piraguas
son uno de mis primeros recuerdos, así que perdonad si deserté del
festival para sumergirme en las multitudes del parque de la
Concordia, con sus orquestas, la plaza del Cañón, con el busto de
Dionisio de la Huerta y los alrededores del bar El Apeaderu, siempre
a reventar y con buen ambiente.
Mi larga experiencia como sellero, me
hace admitir que hace unos años había más gente. Arriondas se
colapsaba esos días. Ahora está más tranquilo, pero creo que se
puede disfrutar igual o, incluso, mejor. Retiré sobre las siete de
la mañana y volví a pasar por el OBA. La zona de día estaba ya
cerrada. Parecía como si a todo el mundo se le hubiese tragado la
tierra. Hablé con un controlador y me dijo que, quitando a Vetusta
Morla, había habido poco ajetreo. Pero todavía quedaba otra jornada
de festival. La crónica del sábado y algo más, en la próxima
entrada. ¡Prometido!
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